Agafia y su padre Karp días después del primer encuentro. |
Siberia también representa aproximadamente el 76% del territorio de Rusia, pero con una densidad de población muy baja, siendo el hogar de poco menos del 30% de la población de Rusia. Geográficamente, la taiga (bosque en ruso) se sitúa justo al norte de Rusia y Siberia.
Una zona del planeta cuyas temperaturas van de los 19 °C en verano a los -30 °C en invierno. Aún hoy, el desierto de Siberia sigue siendo uno de los más aislados del planeta, principalmente y como vemos, por el clima extremadamente frío y duro, lo que ha ahuyentado a la mayoría de habitantes de las zonas limítrofes.
Una visita a los lugares más recónditos de la taiga supone pasar por colinas empinadas y grandes dificultades de acceso por los terrenos. Este es otro detalle para que muchos de sus enclaves ni siquiera hayan sido explorados, imagínense entonces vivir.
Una vegetación marcada por pinos y abedules, la mayoría inalterados durante siglos, donde conviven en su mayoría zorros y osos deambulando a la caza durante el día y la noche. De este a oeste, desde el Océano Atlántico a través del continente hacia el Mediterráneo, extendiéndose hacia el norte hasta la frontera del Ártico en Mongolia.
Y su extensión es inmensa. Se calcula que la taiga siberiana es el desierto casi deshabitado más grande de la Tierra, tierra estéril escasamente poblada por algunas ciudades y pueblos que contienen unos pocos miles de personas en su conjunto.
El Comienzo
Durante más de cuatro décadas la familia Lykov vivió alejada de la ciudad, de la civilización, en la nieve. Aislados por el deseo urgente de huir de la muerte. De esa manera, Karp, Akulina, Savin, Dmitriy, Natalia y Agafia (la única sobreviviente) evitaron conocer los horrores de la II Guerra Mundial o maravillarse de la llegada del hombre a la Luna.
Todo lo que hacían era sobrevivir en el aislamiento, sin radio ni televisión, en la región de Jakasia del sur de la Siberia soviética, para evitar ser ejecutados por el régimen comunista.
Hasta que a mediados de 1978 cuatro geólogos que viajaban en un helicóptero explorando el territorio avistaron primero un jardín hecho por los Lykov y después, la cabaña donde vivían desde hace 42 años. En una zona donde no había registros de actividad humana y el asentamiento más cercano estaba a más de 200 kilómetros de distancia.
Al otro lado de un arroyo encontramos una vivienda. Oscurecida por el tiempo y la lluvia, la cabaña estaba rodeada de montones de basura de la taiga: cortezas, palos, tablones… si no hubiera sido por una ventana del tamaño de mi bolsillo de la mochila, hubiera sido difícil creer que allí vivía alguien. Pero había gente, sin duda. Nuestra llegada había sido advertida, como pudimos observar. La puerta chirrió y la figura de un hombre muy viejo apareció en la luz del día, como recién salido de un cuento. Iba descalzo y llevaba una camisa remendada hecha de yute, unos pantalones del mismo material también remendados. Su barba y su pelo estaban desaliñados. Parecía asustado. Alguien tenía que decir algo, así que empecé yo: «¡Saludos, abuelo! ¡Hemos venido a visitarte!» El hombre viejo no respondió inmediatamente. Finalmente, escuchamos una voz suave e insegura: «bueno, ya que habéis viajado tan lejos, podéis entrarEra el padre, Karp", le dijo la geóloga Galina Pismenskaya al periodista ruso Vasily Peskov, quien dio a conocer la historia en 1994 en su libro "Perdidos en la Taiga.
Poco a poco los geólogos comenzaron a interrogarlos para saber cómo habían llegado hasta allí y, sobre todo, cómo habían sobrevivido al rigor siberiano durante todo ese tiempo.
Pero en los primeros intercambios de historias, lo que más llamaba la atención de los miembros de la familia era una caja que los geólogos habían llevado hasta su cabaña para registrar el momento del encuentro. Era un televisor.
Huyendo por sus creencias
De acuerdo al relato hecho por Peskov y que fue recolectado por el periodista británico Mike Dash en la revista Smithsonian Magazine, debido al aislamiento, los Lykov habían olvidado un poco el ruso que hablaban cuando dejaron la civilización. Pero los geólogos insistieron.
Después de varias visitas y de conversar no sólo con Karp sino con los otros miembros de la familia, lograron desentrañar la causa por la que estaban en ese lugar tan apartado. Karp y su esposa, Akulina, eran lo que se llama dentro de la iglesia ortodoxa rusa "viejos creyentes", cristianos que eran partidarios de los ritos y la liturgia más antigua.
Estos "viejos creyentes" no aceptaban una profunda reforma que se había dado dentro de su iglesia en 1654 y que se conoció como la reforma de Nikon. Y por eso habían sido perseguidos no solo por los zares, sino también por el régimen comunista que se impuso en el país a partir de 1917.
Esa persecución alcanzó a Karp y a Akulina en 1936.
Agafia y su hermana Natalia cuando fueron encontrados por los geólogos tras vivir 40 años aisladas del mundo. |
Con su esposa y los dos hijos que tenía en ese momento (Savin y Natalia), tomó algunas pertenencias y varios tipos de semillas que tenía guardados y se sumergió en la profundidad de la taiga, o bosque de nieve, de la geografía siberiana.
Y allí comenzó la nueva vida, alejada de las patrullas que querían aniquilarlo por sus creencias, pero también ausente de lo que ocurría en el mundo exterior. En ese tiempo tuvieron lugar la II Guerra Mundial, el asesinato del presidente estadounidense J.F. Kennedy, la llegada del hombre a la Luna, mientras ellos leían la Biblia, sembraban su propia comida y se arropaban con las pieles de los animales que cazaban en el bosque.
En ese lugar inhóspito tuvieron dos hijos más: Dmitriy y Agafia.
Cómo lograron sobrevivir
La mayoría de las reservas de petróleo y sobre todo gas natural de la Unión Soviética en ese tiempo, y ahora de Rusia, reposan bajo el suelo siberiano.
Un lugar nuevo para explorar era lo que estaban buscando los cuatro geólogos cuando avistaron la cabaña de los Lykov y tuvieron que cambiar de planes. Con la noticia del hallazgo, de acuerdo al relato de Peskov, todo el país se convulsionó.
La gente quería saber cómo habían logrado llevar una vida familiar y, sobre todo, lograr que el feroz invierno ruso no los aniquilara en el bosque.
Pues no fue fácil. El testimonio de los cinco familiares (Akulina había muerto en 1961), registrados en el libro de Peskov, relató una lucha por sobrevivir sin las herramientas debidas. Tuvieron que luchar para conseguir comida, apenas lograban tener algo de alimento con la semillas que habían llevado y con los animales que podían cazar, muchas veces con los pies descalzos incluso en invierno.
La vida en la taiga puede ser extremadamente dura, aún para los exploradores más duros. Incluso durante el corto verano, de junio a agosto, las temperaturas apenas y pasan de los 20º; en invierno es común que bajen hasta los -30º C.
Los primeros años,familia rusa de los Lykov se mantuvo a base de frutos del bosque y una masa compuesta de patatas, su cultivo principal, y semillas de cáñamo.
No fue sino hasta que Dimitri llegó a la adolescencia, que se atrevieron a añadir la caza a su dieta, sin pistolas ni flechas, tan sólo cavando en madrigueras o persiguiendo a sus presas durante días hasta que caían exhaustas.
"Su vida se volvió bastante primitiva, especialmente porque no podían reemplazar las herramientas que habían llevado cuando se marcharon en 1936", explicó el periodista Dash.
Durante casi 10 años vivieron lo que ellos llamaron "los años del hambre", donde tenían que decidir si comían todo lo que habían sembrado y había sobrevivido a las plagas y los animales salvajes.
O si, en cambio, dejaban algunas semillas para el año siguiente. En alguna ocasión tuvieron que comerse el cuero que tenían de los zapatos que habían llevado consigo y vestirse con las pieles de osos y otros animales que cazaban.
Las condiciones extremas también los llevaron a mudarse y se fueron cada vez más lejos de centros urbanos o pequeñas aldeas. Y esa fue la principal razón de su aislamiento.
Bricolaje real
Todo lo hacían con sus propias manos, desde cavar los surcos hasta labrar utensilios y recipientes de la madera para reemplazar lo poco que habían llevado a su exilio autoimpuesto. Contaban, curiosamente, con una rueca y un telar primitivo que utilizaban para tejer crudas telas del cáñamo que ellos mismos cultivaban.
Los zapatos los hacían de corteza de árbol y del mismo material, hicieron un par de “ollas”, que obviamente no podían poner sobre el fuego, por lo que cocinaban metiendo piedras calientes en el recipiente, hasta que el “guiso” fuese comestible.
Muertes en seguidilla
Según Peskov, el interior de la cabaña donde vivían los Lykov parecía un retrato de la época medieval: vasijas de madera, suelo hecho con el follaje del bosque, paredes sin ventanas porque no tenían un cristal para que los protegiera del frío. Pero maravillados con el televisor que traían los geólogos, se dieron cuenta de todo lo que había pasado, de los horrores de la guerra y de los avances de la ciencia en el espacio, entre muchos otros cambios de la vida cotidiana.
Cuando les hablaron de los satélites, ellos entendieron lo que habían visto en el firmamento sin poderlo adivinar: "Ah, esas son las estrellas que parecía que estaban girando cada vez más rápido en el firmamento".
Pero había que volver a la realidad. Reinsertarse.
Al principio, lo único que la familia le recibió a los geólogos fue sal ("fue una tortura vivir todos estos años sin ella", dijo el patriarca) y, por lo demás, pretendía continuar con su vida tal como la llevaban.
Sin embargo, fue inevitable volver a tener contacto con las localidades más cercanas. Los Lykov, que comenzaron a recibir cada vez más cosas para reacomodarse, cayeron rendidos ante la magia de la televisión.
Aunque Peskov y Dash sostienen que lo que pasó a continuación no se debió al contacto de la familia con la civilización, en los años siguientes tres de los seis integrantes de la familia murieron a causa de distintas enfermedades. Dimitry, Natalia y Savin, en 1981.
Dos de ellos afectados por una infección en los riñones -debido a la limitada dieta que llevaron durante años-, pero Savin debido a una neumonía causada por una infección. Karp, por su parte, murió en 1988.
La única sobreviviente, Agafia, decidió quedarse a vivir lejos de las ciudades. Tal como había aprendido a vivir con sus seres queridos, esperaba morir en el lugar en el que a ellos les hubiera gustado.
En 2014, afectada por la soledad y la vejez, consiguió ponerse de nuevo en contacto con sus parientes enviándoles una carta en la que reclamaba ayuda, la cual fue publicada online:
"Me inclino ante ustedes sobre la tierra húmeda y les deseo buena salud, salvación y bienestar. Tengo una humilde petición. Necesito un hombre que me ayude. Alguien que me sobreviva, que pueda soportar semanas de soledad. Necesito leña para cocinar y ayuda para cortar el heno. Mi salud y mi fuerza disminuyen. Soy una verdadera creyente, no me abandonen por el amor de Dios. Tengan piedad de una huérfana desgraciada que está sufriendo".
Vía: Ermitaños Modernos